Desde El Debate Público.
Artículo de opinión: "Divorcio: la ruina de Occidente (una explicación desde los orígenes de este mal moderno)".
Divorcio: la ruina de Occidente
(una explicación desde los orígenes de este mal moderno).
Por Lord Stob.
Revolución masónica “científica”:
el origen de la democracia moderna.
Una
de las piedras angulares de la agenda mundialista es la destrucción de la
familia, así como el vaciado espiritual del hombre. Por eso, podemos afirmar
que la agenda mundialista del actual (((Nuevo Orden Mundial))), comenzó ya
desde el siglo XVI con Nicolás Copérnico y el heliocentrismo. De hecho, el
brujo Giordano Bruno (1548-1600), fue uno de sus grandes impulsores; hace
cierto tiempo leí su libro “Sobre el infinito universo y los mundos”,
donde como dice el título alegaba que el universo es infinito, que por ejemplo,
los planetas son todos mundos como la Tierra (o similares) que giran alrededor
del Sol. Según Bruno, él argumentaba a través de sus personajes como Burquio
que “no es posible que este infinito sea entendido por mi cabeza ni digerido
por mi estómago”; y luego, agregaba con su personaje Filoteo: “no hay
sentido que vea el infinito, no hay sentido de quien se pueda exigir esta
conclusión, porque el infinito no puede ser objeto de los sentidos, y, en
consecuencia, quien pretende conocerlo por medio de los sentidos es semejante a
quien quisiera ver con los ojos en la substancia y la esencia, y quien negase
por eso la cosa por cuanto no es sensible o visible, llegaría a negar la propia
substancia y ser.” Y así continúan sus argumentos; debo aclarar que la obra
de Bruno, si mal lo recuerdo, está en el Index Librorum Prohibitorum,
del cual los católicos no debemos leerlos, al menos que sea para refutarlos,
como yo lo hago. Si cualquier católico cree que puede refutar a Bruno, entonces
me parece positivo que lo lea y lo refute, porque así queda muy en claro cómo
derribar sus argumentos falaces.
He
puesto pues esa cita de Bruno como muestra de lo qué significa la (((ciencia)))
moderna en su esencia más profunda. Giordano Bruno alega que no debemos confiar
en nuestros sentidos para entender el infinito, y claro, es lógico, ya que
nuestros sentidos tienen límites, es imposible para nosotros comprender el
infinito; pero el problema aquí es que para Bruno el universo es infinito. ¿Y
quién es en verdad infinito sino Dios? Es decir, que Bruno ¡está diciendo que
el universo es Dios! Giordano Bruno es un pagano panteísta; y esto quiero que
quede bien en claro, porque esto es la causa primera de toda la decadencia
actual que vivimos en Occidente; y es que la “ciencia” modernista ha sustituido
a Dios por el hombre. Lo que en tiempos contemporáneos declaró el mugroso de
Stephen Hawkins, en su obra “Breve historia del tiempo”, en realidad no
es más que una actualización de las falsas doctrinas que ya adelantaban
personas como Bruno, Copérnico y compañía (Galileo también las sostuvo por un
tiempo, pero luego se arrepintió y se pasó a nuestro bando católico).
Es
decir que, en el fondo, si uno analiza de forma cautelosa todo el panorama,
comprenderemos que la esencia de la doctrina “científica” (o pretendidamente
científica) moderna, es la creencia pagana en el panteísmo, esto es, “el
universo es Dios”. Pero nosotros los católicos sabemos que el universo no es
Dios, sino que el universo fue creado por Dios y Dios está por encima del
universo. Por ende, el universo no es infinito; el universo es finito: tiene
principio, tiene fin y tiene confines. ¡Es Dios quien es infinito! Es Dios
quien no tiene principio ni final. ¡Esa es la realidad!
Por
ende, siendo Bruno, Copérnico, Newton, entre otros, la base de todo el
pensamiento “científico” moderno; ahí encontramos pues, la raíz del problema de
la decadencia actual en que vive Occidente. Una vez que, las ideas
pretendidamente “científicas” (en realidad, paganas) comenzaron a difundirse,
también no tardó tiempo para que surgiera el protestantismo (anglicanismo,
luteranismo, calvinismo, episcopalismo, etcétera), puesto que la chispa subversiva
contra la soberanía de Dios ya estaba comenzando a carcomer el alma de la
mentalidad occidental.
Esa
“revolución científica” del siglo XVI fue el comienzo de la decadencia
paulatina y continuada de nuestra civilización occidental. Supongo que lo único
positivo que nos trajo esa cadena de hechos, fue la revolución industrial,
aunque me imagino que la misma era inevitable y no tiene ninguna relación con
los presuntos “descubrimientos” de la (((ciencia))). De hecho, el desarrollo
tecnológico no se relaciona linealmente con el desarrollo científico, sino con
la economía: a mejor economía, habrá mayor tecnología. Y como la economía fue
mejorando en esos siglos de forma progresiva, entonces supongo que esa es la
verdadera explicación para las innovaciones tecnológicas. Pero tristemente,
esas innovaciones tecnológicas no fueron juntas de una mejoría en el ámbito
espiritual y moral; al contrario, pareciera que, a mayor tecnología, el vaciado
espiritual del hombre se vio cada vez más profundizado; así que yo mismo puedo
poner en dudas si realmente esa revolución industrial fue del todo positiva.
Lo
que sí es cierto, es que la revolución heliocéntrica trajo como consecuencia el
iluminismo, dirigido por la masonería especulativa, la cual derivó en las revoluciones
políticas, siendo la “revolución francesa”, la mayor de ellas, y también
tenemos las “independencias” americanas. Pero dichas revoluciones políticas no
pudieron haberse llevado a cabo, sin que primero se hubieran esparcido las
ideas masónicas e iluministas (“ilustradas”) de la “revolución científica” o
heliocéntrica. Así se desarrollaron las ideas liberales del liberalismo
clásico, que como mencioné, fueron muy positivas para la economía, pero no así
para la moral. Los liberales cayeron en su propia trampa de pensar que con el
republicanismo e ir en contra de las monarquías, los derechos de las personas
serían asegurados, y se equivocaron completamente. Hans-Hermann Hoppe ha
indicado que la monarquía—si bien no era perfecto—era muchísimo más preferible
a la democracia, ya que aquella se basaba en el derecho privado y ésta, en el
derecho público; por ende, con el advenimiento de la democracia, todo pasó a
estar en manos del Estado. Por eso, nosotros los tradicionalistas y a la vez
libertarios, decimos que fue la revolución francesa—y esas otras revoluciones
políticas—las que crearon el concepto de Estado moderno. Antes no existían
verdaderos estados, sino principados cristianos basados en el derecho privado;
llamémosles “proto-estados”, porque es verdad que el rey mandaba y cobraba
algunos impuestos. Sin embargo, esos pocos impuestos que cobraba el rey, se
vieron inmensamente incrementados cuando Occidente se comenzó a infestar de
repúblicas liberales, y por ello, el Estado liberal clásico terminó derivando
en el Estado socialista, que es básicamente el tipo de Estado actual en todo
Occidente. Si bien, hubo una pugna en el siglo pasado, entre el modelo liberal
clásico y el modelo socialista, al final, por más que la Unión Soviética haya “caído”
en 1991, triunfó el modelo socialista, porque en Occidente mismo, todas las
viejas repúblicas liberales de estilo clásico, fueron reconvertidas en
repúblicas socialdemócratas. Por eso, tiene mucha razón Hans-Hermann Hoppe,
cuando indica que, en realidad, democracia es un eufemismo para decir
socialismo, y el socialismo ya sabemos lo que es: muerte, robo, desgracia.
Además,
al pasar el tiempo, desde el siglo XVIII cuando surgió el liberalismo
clásico—hijo del iluminismo masónico de los “científicos” brujos como Bruno—hasta
actualmente en pleno siglo XXI, hemos visto una deriva doctrinaria de cómo cada
vez más el Estado fue incrementando su poder e influencia, hasta volverse
totalitario. Hoy, la democracia progresista o socialdemócrata, es lisa y
llanamente, un régimen totalitario, donde los derechos individuales son
aplastados, y por eso es que estamos como estamos: la culpa inicial fue de
habernos tragado las patrañas masónicas de la “ciencia”, pues el heliocentrismo
derivó en relativismo y acentrismo; eso, se mancomunó con el darwinismo y el
evolucionismo en general, y así se fueron formando los pilares de los
paradigmas científicos actuales. En otras palabras: heliocentrismo,
relativismo, evolucionismo y demoliberalismo (socialismo), son los pilares de
la (anti-) civilización occidental moderna. Antes, nuestros pilares eran otros:
la fe cristiana y la tradición grecorromana; en otras palabras, la verdadera
esencia de Occidente son los antiguos griegos, antiguos romanos y los
cristianos católicos. Por ende, la “ciencia” masónica es un infiltrado foráneo,
el cual infectó a nuestra civilización y se esparció como un virus, como una
enfermedad hasta que llegamos al punto en que nos encontramos ahora: una
sociedad completamente degenerada, repleta de aborto, anticoncepción, divorcio,
feminismo, homosexualismo, inmigracionismo, alcoholismo, drogas, ludopatía, prostitución,
delincuencia, etcétera. Eso no es culpa sólo de los “progres” de la década de
1960; los progresistas no surgieron en 1960 con los jipis y con el Conciliábulo
Vaticano II, sino que vienen desde muy antiguo (la Hermandad Babilónica), desde
tiempos inmemoriales (la Serpiente Antigua), y desde el siglo XVI
aproximadamente, han ido realizando una serie de revoluciones y procesos
paulatinos para tomar el poder absoluto; hoy en día, ese poder absoluto, es el
Estado de “bienestar” socialdemócrata o progresista, y también, el Estado
global de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Pudo
haber liberales clásicos bien intencionados que pensaron ingenuamente que con
el republicanismo se librarían del poder del rey, y podrían obtener mayor
libertad individual. Pero fue al contrario, al quitarle el poder al rey y
dárselo al “pueblo” (en realidad, ciertos grupitos de presión), surgió un
Estado omnímodo que terminó por llevarse todo el poder, y por ende, era mil
veces muchísimo más preferible estar bajo el yugo de un rey, que estar bajo el
yugo del Estado moderno, Estado además, cuyo verdadero rostro, no conocemos, ya
que los presidentes son sólo títeres que nos estafan cada cuatro o cinco años
(según cada país), pero por detrás de ellos, están los poderes fácticos del
(((globalismo))). Por lo menos cuando había rey, teníamos alguien en concreto a
quien insultar y criticar; ahora bajo la democracia, parecería que “la culpa es
de todos” … Una abstracción, para disfrazar los poderes fácticos ocultos.
El Estado moderno: la raíz de la
decadencia y degeneración moral de Occidente.
Gracias
a ese error liberal, por medio de la democracia pues, surgieron los estafadores
profesionales, es decir, los políticos. Pero además, son estafadores
profesionales con patente, es decir, con el permiso expreso del Estado para
engañar a la gente a través de promesas, para luego llegar al poder y robarle a
las personas con impuestos. Pero no contentos con robarles a las personas con
impuestos, los políticos—ya gobernantes—se dedican a redactar y publicar
“leyes” falsas, para cumplir con ciertas (((agendas))) … Por eso yo siempre pienso que es peor cuando
los políticos cumplen sus promesas de campaña, ya que, por lo general, los
políticos son izquierdistas y los izquierdistas siempre traerán en su agenda,
nuevas “leyes” que serán más restrictivas para las libertades individuales, a
través de los llamados “derechos positivos”.
Estos son los tipos de “derechos” en los cuales es necesario quitarles
derechos a las demás personas, en contraposición de los derechos negativos, que
son los verdaderos derechos individuales: vida, libertad y propiedad.
Así
entonces, la política democrática general en Occidente, tenderá cada vez más a
desplazar la ventana de Overton hacia la Izquierda; y como he explicado en
varias ocasiones: antes de que una nueva “ley” izquierdista sea aprobada, los
conservadores del status quo (conservadores accidentales y no en
esencia) alzarán su grito en el cielo en contra de ella; pero una vez aprobada,
bajarán los brazos y se callarán la boca, porque supuestamente “así el pueblo
lo decidió” (en realidad, así la democracia lo decidió). Es decir, que quienes
son buenos, bajan los brazos, y así, dejan que el mal avance. Los conservadores
verdaderos, debemos ser conservadores en la esencia, es decir,
tradicionalistas.
Por
ese mecanismo de desplazamiento hacia la siniestra, fue que se aprobó el
divorcio por ejemplo en Uruguay. Aquí se hizo en el marco del batllismo; éste
es socialismo uruguayo, es decir, que el Estado estatizó los medios de
producción principales y promovió el Estado de “bienestar”, haciendo que por
ejemplo, la salud y la educación queden en manos del Estado, lo que se traduce
en dos cosas: más impuestos (más recaudación para el Estado, más robo hacia las
personas individuales) y tener a las personas en sus manos, ya sea con la salud
(el Estado “te cuida” y puede hacer lo que quiera con tu cuerpo; por eso,
obliga a vacunarse a los niños) o con la educación, en la cual el Estado
secuestra a tus hijos, para adoctrinarlo en su ideología. En el caso de Uruguay
esa ideología educativa del Estado, son lo que ellos llaman como “principios”
varelianos: la escuela laica, gratuita y obligatoria. “Laica” significa en
verdad que es laicista y que básicamente la “religión católica es una
porquería”, “que los conquistadores españoles fueron unos asesinos de indios”
(cosa que sabemos que es mentira: en el caso de Uruguay, fueron los liberales
colorados quienes mataron a los charrúas), “que el hombre viene del mono” y así
sucesivamente. Por ejemplo, veamos qué está detrás de las enseñanzas de la
escuela del Estado: si a ti te dicen que vives en un planeta bola que gira
alrededor del Sol, a velocidades impresionantes, pero que no se pueden sentir
gracias a la magia newtoniana de la gravedad (jamás explicada hasta ahora, y
jamás demostrada hasta ahora; por favor, ten presente ese dato); y que ese Sol
es sólo uno de millones de “soles”, que giran alrededor del centro de la Vía
Láctea, y que nuestra galaxia es sólo una entre miles de millones; y luego te
agregan la “enseñanza” de que el universo tiene miles de millones de años, y
que surgió de la nada, y por azar; y que el surgimiento de la vida es por azar,
y que el ADN, y que el átomo, y que los dinosaurios, y que no sé cuántos
cuentos fantasiosos más; y luego agregan que derivas de un mono (o “de un
ancestro común con el mono”, ¡es lo mismo!), y que todo fue por azar, porque sí
no más, sin ningún motivo, sin ningún sentido. ¿Cuál es la enseñanza de fondo
de todo esto, sino decirte que tu vida no vale nada, que eres completamente
insignificante, y que, por ende, no te queda otra que callarte la boca, arrodillarte
y obedecer al Estado?
Todo
el objetivo máximo de la educación estatal es el vaciado espiritual del hombre,
y ese vaciado es necesario, para que el hombre abrace la religión del Estado,
en otras palabras, para que el hombre alabe al “dios-César-Estado”. Por eso nos
quieren a toda costa alejar de la religión cristiana: porque necesitan que el
hombre “no crea en nada”, para que luego “crea en el Estado” (la religión de la
democracia); éste necesita ser todo el tiempo alabado, y por eso ya desde niños,
nos inculcan en Uruguay el batllismo y el amor a la democracia, junto con todo
ese bodrio falso pseudocientífico del evolucionismo, heliocentrismo y por
supuesto, toda la falsificación de la historia, donde los “héroes” de ellos son
masones que odiaban a la Iglesia, para forjar su Estado global totalitario.
Así
entonces, la “educación” pública no pasa de adoctrinamiento. Yo les digo a
todos los niños que leen esto (si hay alguno que, por casualidad, llega a
leerlo): no crean en nada de lo que le enseñan en la escuela vareliana y
batllista de Uruguay; son puras mentiras y en muchos casos, estupideces.
Tonterías que, de hecho, ni siquiera sirven nada para la vida: lo único que te
dicen de cierto y que no pueden falsificar es la lógica y la matemática (ciencias
formales); lo demás, es todo falsificable (ciencias naturales y mucho más aún,
las “ciencias sociales”). Vivimos en el Occidente actual, bajo un paradigma,
bajo una religión mundialista que está construida en base a mentiras, y no son
más que mentiras sobre mentiras, falacias sobre falacias. ¿Por qué crees que
engañan a la gente con un virus de fantasía como el Sars-Cov-2-Covid-19? ¿Por
qué fue tan fácil engañar a todos con esa pandemia imaginaria? Porque ya van
muchas generaciones cada vez más adoctrinadas con las mentiras del Estado; pero
además, cuando las personas son adoctrinadas en falsedades y ellas abrazan esas
doctrinas, terminan degenerándose. Y eso es lo que precisamente desea el
Estado: degenerar a la sociedad, degenerar a las personas; que las personas
abandonen todos sus principios morales y se vuelvan un completo esclavo para el
dios-Estado.
Por
eso llegamos finalmente al asunto en cuestión de este opúsculo: el divorcio. El
divorcio es un pilar fundamental en la decadencia actual de Occidente; si no
existiera el divorcio, no hubiera sido posible que llegásemos a este punto de
brutal degeneración en la cual vivimos hoy en día. Sospecho también que, si no
existiera el divorcio, las personas serían más críticas y no se hubieran
tragado tan fácilmente el fraude del Covid-19.
Divorciado y con tu familia destruida,
te quiere el dios-Estado.
El
divorcio es la separación “legal” de un matrimonio; pero esto trae severas
consecuencias que son irreparables. El divorcio no es pues, sólo que una pareja
de cónyuges se separe, sino que representa la destrucción de la familia, incluso
en el caso de que esos cónyuges aún no tuvieran hijos.
En
el caso de que una pareja de casados, tenga hijos y se divorcie, no importa la
basura de mentiras que digan los “expertos” del oficialismo
estatista-mundialista (llámense “psicólogos”, “sociólogos” o lo que sea): esos
niños o incluso hijos adultos, quedarán traumatizados y estigmatizados de por
vida; una mujer divorciada, será una mujer estigmatizada de por vida; un varón
divorciado, también será un hombre estigmatizado de por vida. No importa que
después se “vuelvan a casar” con otras parejas: el daño está hecho y es
irreparable; una vez que alguien se divorcia, queda como un “divorciado” de por
vida. No importa cuánto esfuerzo haga el Estado totalitario, para intentar
podrirle el cerebro a la sociedad, de que “el divorcio es algo normal” y que
“no tiene nada de malo”. Sí, el divorcio es una completa basura e inmundicia, ¡el
divorcio es pésimo!
Pero,
¿cuán malo es el divorcio y por qué es tan grave? Diré con todas las letras:
divorciarse es peor que matar; porque si bien el Quinto Mandamiento nos dice
que no debemos matar a otro ser humano, la doctrina cristiana enseña que
ciertamente existen excepciones, siendo la mayor, la legítima defensa. También
se puede matar bajo el instituto de la pena capital o la extensión de la
legítima defensa, que es cuando uno está participando en una guerra por la
justicia (como las Cruzadas). Esas son excepciones a la ley cristiana de “no
matarás”, por las cuales matar no tiene nada de malo (no digo que sea algo
agradable hacerlo, pero sí, necesario).
Sin
embargo, no existe absolutamente ninguna razón que justifique un divorcio; sí
se puede justificar un homicidio, pero nunca puede justificarse un divorcio; no
importa que tu cónyuge te cometa adulterio, no importa que te hable mal o trate
mal, no importa que te golpeé, no importa incluso que te intente matar, nada,
nada, nada, reitero, nada, ¡absolutamente nada justifica un divorcio! Porque el
matrimonio en Occidente—para nuestra cultura occidental y cristiana—no es un
simple contrato que se puede revocar, sino que es un sacramento: el matrimonio
significa dar tu palabra de honor, ante Dios Todopoderoso (el Creador), de que
vas a estar con otra persona hasta el final de la vida de uno de los dos, pase
lo que pase. No importa que tu cónyuge se vuelva malo o insoportable; nadie te
obligó a casarte en primer lugar, tú lo decidiste, y tú cónyuge también; ambos
quisieron casarse y dieron su palabra de honor, que estarían juntos hasta el
final, en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad, en la
riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte los separe. Punto. No hay más nada
que argumentar. No existe ningún argumento válido sobre la faz de la Tierra,
que pueda justificar para nuestra civilización occidental—basada en el
cristianismo—lo aberrante y antijurídico del divorcio.
Por
supuesto, yo sé que dirán que el matrimonio válido en Uruguay, por ejemplo, en
verdad es el matrimonio civil y que, para el Estado uruguayo, el matrimonio
canónico católico carece de valor civil real; pero eso no importa: el “derecho”
del Estado debe ser obviado, porque nuestra civilización es la cristiana y
occidental; y como demostré precedentemente, las “leyes” las hacen los
políticos, quienes son estafadores profesionales. En realidad, mientras que en
el Antiguo Régimen (la monarquía), los reyes eran simples jueces que hacían
cumplir las leyes, en este Nuevo Régimen (el del Estado), los diputados y
senadores son legisladores, quienes crean “leyes” a su antojo. ¿Qué sucede
aquí? Antes, las leyes provenían directamente de Dios y de la naturaleza;
mientras que ahora, las “leyes” dependen de las modas y caprichos populares,
pero ¡atención!, esas modas y caprichos populares, ni siquiera son espontáneos
del pueblo. ¡Para nada! Son directamente manipulados por el propio Estado, a
través de la educación. Fíjese usted qué “extraño” que al poco tiempo de
haberse instituido la educación vareliana (y laicista), surgió el feminismo y
luego las mujeres comenzaron a pedir que se “legalizara” el divorcio.
El
divorcio en Occidente, es un invento del feminismo, y como he escrito y
demostrado varias veces, el feminismo no busca promover los “derechos de la mujer”,
sino en convertir a la mujer en esclava del dios-Estado: separa a la mujer de
su marido y su familia, y la pone al servicio del Estado; le dice a la mujer:
“no obedezcas a tu marido, obedéceme a mí, tu Papá Estado”. Por eso, el viejo
Batlle y Ordóñez en Uruguay, instauró el divorcio por la sola voluntad de la
mujer. Ya ni siquiera fue divorcio por causal (riñas, golpes, adulterio), sino
que los divorcios actuales son sólo porque sí, y en la mayoría de los casos,
porque la mujer simplemente se aburrió de su marido y quiso divorciarse. Muchas
veces usan el argumento sentimentaloide de que “se terminó el amor”; eso es una
completa idiotez, porque el amor conyugal de un matrimonio tiene varias fases:
el enamoramiento, que es una fase inicial y dura poco tiempo; y el amor de
convivencia, que es el duradero y es el verdadero amor de pareja, el cual nunca
termina; puede tener crisis, por supuesto, pero no final.
Ahora
bien, voy a indicar una diferencia importante entre el divorcio occidental y el
divorcio oriental de los musulmanes y judíos, por ejemplo; así como también la
diferencia entre ambos tipos de matrimonio. Hay dos diferencias fundamentales:
la primera es que, para los judíos y musulmanes, el matrimonio es un simple
contrato y por ende, se puede disolver, por una causal y por medio de un juez;
pero para Occidente, para la religión católica, el matrimonio es un contrato
irrevocable, porque a la vez es un sacramento: es un juramento de honor, ante
Dios Todopoderoso, de que pase lo que pase, estarás hasta el final de tu vida
con esa persona.
La
segunda diferencia sustancial, es que, para los judíos y musulmanes, el
divorcio se produce mayormente por la voluntad del varón, porque éste se aburrió
de su mujer, no la aguanta más y la rechaza. Bajo ese régimen, las mujeres
tienen que esforzarse para no fastidiar a su marido, pues lo peor que le podría
pasar es que aquél la rechazara y ella terminase divorciada. En cambio, en
Occidente, el divorcio “legal”, es generalmente por la voluntad de la mujer o
por iniciativa de ella. Y así, es el marido quien tiene que esforzarse porque
su mujer no se enoje con él y se vaya. Pero sucede que en Occidente para el
varón divorciado es mucho peor de lo que sucede en el mundo islámico con la
mujer repudiada (para el islam, si una mujer se divorcia, se va con lo que
vino, y los hijos quedan con el padre, como es lo más lógico y correcto): en
Occidente un varón divorciado (que no importa que él no haya querido
divorciarse, porque va la mujer y lo denuncia a un juez y el juez los divorcia,
aún en contra de la voluntad del marido), pierde todo: pierde su mujer, pierde
la “mitad” (más grande) de su patrimonio, pierde sus hijos y todavía tiene que
pagarle “pensiones” a su mujer divorciada, la cual supuestamente si se separó,
por lógica, no debería tener nada más que ver con él. Incluso, si la mujer lo
desea, no sólo se puede quedar con sus hijos, sino que puede impedirle
completamente que los vea, ya que lo puede denunciar falsamente por abuso
físico o sexual a sus hijos. En efecto, un varón divorciado en Occidente, me
imagino que sufre mucho más que una mujer divorciada en el islam. Después de
todo, los exmaridos sarracenos no son tan malos como para no dejarles a sus
exesposas, ver a sus propios hijos; pero las mujeres occidentales no tendrán
pudor en vedarle a sus exmaridos ver a sus propios hijos.
Es
decir que, en otras palabras, el sistema de divorcio occidental, funciona a
modo de perfecta estafa: una mujer se casa con un varón, conviven un tiempo en
comunión de bienes, tienen hijos juntos, y un día, resulta que la mujer se le
da el capricho de divorciarse, y su marido dice que no quiere porque los
problemas de pareja se deben resolver en conjunto; pero entonces, a esa mujer
no le importa nada y acude a un juez (seguramente a una jueza), y contrata un
abogado (seguramente una abogada), y dice que quiere divorciarse por su sola
voluntad. Entonces, la abogada habla con la jueza y la convence fácil, y cuando
el marido se percata, le llega una notificación de un juicio y que, sin
importar su opinión, quedará divorciado y punto. Entonces el varón intenta
quedarse con sus cosas, pero como se casó en comunión de bienes, la mujer le
roba la mitad; luego, le quita también sus hijos, y por si fuera poco, denuncia
falsamente que su marido era golpeador, que era violento, borracho, ludópata y
que le cometía adulterio, y que por ende, no puede ver más a sus hijos; y
entonces, la jueza feminista, accede; y para colmo, el exmarido debe además
pagarle una pensión supuestamente para sus hijos, cuyo dinero en realidad va
todo para la mujer, para que pueda gastarlo en idioteces. Así pues, el exmarido
fue completamente estafado: se quedó sin mujer, sin dinero, sin casa, sin
hijos, sin nada. Claro, porque generalmente las mujeres divorcistas feministas,
también le roban la propia casa del exmarido. Y además, por si todo esto fuera
poco, ¿qué nos asegura de que esa mujer no vaya a querer luego estafar a otro
varón?
En
tiempos más pretéritos, esa mujer quedaría marcada por la sociedad como una
odiosa divorciada y ningún hombre querría acercársele, pero actualmente—más
allá de que como dije al principio, en el fondo, la estigmatización siempre
estaría ahí latente—el Estado a través de sus medios de comunicación, ya ha
hecho suficiente propaganda (lavado de cerebro masivo), de que “esa mujer no
hizo nada de malo” (y se inventarán excusas de que el “marido esto” o el
“marido aquello”; en definitiva, toda la carga de responsabilidad sobre el
fracaso de un matrimonio, siempre recaerá en el varón, para la sociedad actual
estatista) y de que “tiene derecho a rehacer su vida” y que “tiene derecho a
ser feliz”. Pero esas frases son falacias muy fáciles de desmontarla: en primer
lugar, esa mujer sí hizo algo pésimo, pues no cumplió con su palabra de estar
junto a su marido, de por vida; en segundo lugar, esa frase idiota de “rehacer”
una vida es un sinsentido, pues la vida de cada uno comienza con nuestra
concepción y finaliza con nuestra muerte, por lo cual, es una mentira total eso
de “empezar de cero”; es pura basura pseudoargumentativa: la vida común (antes
de la eterna) es única y lineal, lo que significa que lo hecho, hecho está y no
se puede volver atrás. Uno puede sí, intentar rectificar errores; pero los
errores ya cometidos en el pasado, se quedan en el pasado y no se borran jamás.
Por ende, no, ¡no tienes derecho a rehacer tu vida!, porque tu vida la estás
viviendo y con cada acción que tomas, estás escribiendo el libro de tu vida con
tinta imborrable. Y en tercer lugar, si bien es cierto que todos tenemos
derecho a ser feliz, es una completa falacia aseverar que para alcanzar la
felicidad se necesita de una pareja; si eso fuera cierto, entonces significaría
que todas las personas célibes (muchas de las cuales ni siquiera tienen interés
mínimo en formar pareja; generalmente sacerdotes, monjes, etcétera), son
personas infelices; lo cual es una mentira y un absurdo. Cada uno de nosotros
somos individuos únicos, y la única forma de ser felices es con nosotros mismos
(y con Dios, por supuesto). Además, es una tontería creer que se puede vivir
una vida—todo el tiempo—repleta de felicidad; cuando en verdad, la vida posee
momentos tristes, felices y lo que yo llamo el “estado basal” o normal.
En
mi caso en particular, por ejemplo, la gran mayoría de mi vida es estado basal,
los cuales son normales: ni negativos ni excesivamente positivos. Podría
decirse que yo soy mayormente feliz, quizás según las definiciones de la
generalidad de las personas, ya que yo casi siempre me encuentro en un estado
basal de felicidad, una felicidad normal; aunque a veces, tengo momentos muy
felices, y otras veces momentos bastante tristes, si bien confieso que nunca
tuve momentos excesivamente tristes. Así que en conclusión mi vida es normal o
feliz (de acuerdo con la definición). Y por las personas que yo he conocido,
con las cuales me he relacionado, comenzando por familiares y siguiendo por
parientes, amigos y conocidos, me he dado cuenta—por lo menos desde lo que he
podido percatar—que, en verdad, la mayoría de las personas se encuentran en
estado basal de felicidad; es decir, están normales, ni excesivamente felices
ni tristes. Y eso me parece a mí que es lo más lógico.
Esto
que yo le he podido comprobar y pienso que cualquier puede darse cuenta de
ello, nos indica que, en realidad, es una completa farsa eso de que un
divorciado tiene “derecho a ser feliz”; en primer lugar, ¡tiene la obligación
de cumplir con su palabra! Todos nosotros tenemos obligaciones antes que venir
exigiendo derechos que no son tales; pues en efecto, nos encontramos ante otro
caso de “derecho” positivo, ya que, para obtener tu supuesta felicidad, le
arruinas la vida de alguien más, violando el principio de no-agresión. Es
decir, si una mujer necesita divorciarse para supuestamente ser “feliz”, está
reivindicando un “derecho” positivo (por ende, falso derecho), porque le está
queriendo arruinar la vida a otra persona; en este caso, su marido. Pero claro,
todo eso está incentivado por parte del Estado, porque al fin y al cabo, es el
Estado a través de sus jueces (y juezas), quien permite y promociona que las
personas se divorcien, porque así, el Estado destruye a la familia. ¿Y qué
obtiene el Estado con la destrucción de la familia?, es decir, ¿en qué
beneficia al dios-Estado que la familia se disuelva, riñe entre sí y haya
siempre desarmonía?
El
beneficio mayor que obtiene el Estado de todo esto, es que se gana más
lealtades; es decir, si una mujer, por ejemplo, deja de ser leal a su marido,
pasa automáticamente a serle más leal al Estado, porque—como ya he explicado—la
mujer por naturaleza, siempre tiende a obedecer, seguir y servir, a aquel que
le parezca más fuerte. ¿Y quién más fuerte que un marido o un padre, sino un
poderoso Estado que tiene el monopolio de la fuerza y de la violencia? La mujer
por naturaleza, se ve atraída hacia el Estado, cuando éste se vuelve tan
fuerte, poderoso y omnímodo que tiene la potestad para intervenir en la vida
privada de las personas; y así, el Estado promociona el feminismo para
“liberar” a la mujer; y claro, la libera de su marido, pero la esclaviza para
él. Y como detrás del Estado está la sinarquía y cleptocorporatocracia
mundialista (léase Soros, Rockefeller y Rothschild), entonces cuando una mujer
se libera del yugo amoroso de su familia, pasa a ser esclava subyugada por el
Estado nacional y global (bajo la égida del Triple Paréntesis, claro está).
Así
entonces, el mundialismo y el Estado necesitan del feminismo, y éste del
instituto del divorcio, porque así se aseguran que el individuo humano, se desligue
de una asociación natural como lo es la familia. En realidad, las familias son
como pequeños mini estados, instituciones que compiten con el poder monopólico
del Estado (así como lo son las micronaciones o congregaciones políticas
voluntarias que nosotros los anarcocapitalistas proponemos), y el Estado desea
tener todo el poder absoluto; por eso es que él horada la familia, generando
discordias en la misma; pues el Estado no sólo se limita a “legalizar” el
divorcio, sino que el Estado promueve todas las causales que lo generan.
Promueve con el feminismo la falacia de que “la mujer no debe obedecer a su
marido” (ni tampoco a su padre); porque así, la mujer individualmente deberá
sólo obedecer al Estado y rendirle cuentas al Estado (¿notan aquí como el
Estado desea ser obedecido y alabado todo el tiempo como si fuera un dios?), y
crea un ambiente hostil de falso enfrentamiento entre el varón y la mujer. Como
lo he expresado en reiteradas ocasiones, la base de la Izquierda es crear
enfrentamiento entre diversos sectores de la sociedad, bajo una óptica de
“dominantes” y “dominados”. Así, la envidia, el odio y el resentimiento,
constituyen la base de todo pensamiento socialista; por ende, sus dicotomías
enfrentadas de dominantes y dominados son, por ejemplo: empleador versus
empleado, ricos versus pobres, blancos versus negros, varones versus mujeres, heterosexuales
versus homosexuales, etcétera. El esquema básico es siempre el mismo.
Así,
el Estado progresista realiza una guerra de sexos ideológica entre varón y
mujer; se inventa un enfrentamiento que por naturaleza no existe, porque en la
naturaleza sólo hay complementariedad, equilibrio y armonía. Entonces el Estado
genera un conflicto artificial y así, crea al feminismo, como una pretendida
respuesta ante una falsa “hegemonía” anterior de un supuesto “machismo”.
Entonces, el feminismo señala como sus enemigos a los “machistas”; del mismo
modo que con el marxismo común, los socialistas señalan como a sus enemigos a
los “capitalistas burgueses”. Es siempre la misma táctica protocolaria del
mundialismo (es decir, del sionismo; me refiero a los Protocolos de los
Sabios de Sión), del “divide y vencerás”. Así pues, el Estado genera
e incentiva la gran farsa de la violencia doméstica, es decir, que el varón
golpeé a su mujer.
En
realidad, el Estado y su esbirro el feminismo realizan una simplificación: “el
varón es violento y la mujer es violentada”. Es la misma simplificación que
hace el socialismo entre ricos y pobres; aquellos “malos” y estos “buenos”;
aquellos “opresores”, estos “oprimidos”. Y así este esquema falso se repite
hasta la náusea, en todos los ámbitos de la vida social. Por eso es que por
ejemplo en la prensa (alcahueta del Estado), nunca escuchamos casos de
violencia contra el varón, sino que la violencia según ellos, es siempre contra
la mujer. Pero la realidad, como ya he dicho varias veces, es que infelizmente,
la violencia es algo bastante universal en el ser humano; y pienso que gran
culpa de ello, lo tiene precisamente el Estado: él mismo, es quien incentiva la
delincuencia. Si nadie robara, matara, violara o estafara, entonces, ¿cómo el
Estado podría justificar mayor represión policial y judicial? No, el Estado
siempre tiende a hacer mayor cantidad de “leyes” y a aumentar su poder, al
tiempo que la criminalidad va en aumento. ¿No se supone que debería disminuir
la criminalidad si según su propia tesis, con mayores controles, el crimen se
evitaría más? Pues eso no sucede; lo que ocurre es que, a mayor poder del
Estado, hay todavía más crimen; y eso es porque el Estado se alimenta del
crimen, porque si no, el policía no podría encarcelar a ningún ladrón. Es el
típico juego del policía y del ladrón: sin ladrón, el Estado (el mayor ladrón
de todos), no te puede estafar. Así entonces, el ladrón le hace un gran favor
al Estado; lo mismo con el asesino, el estafador, el violador, el borracho
público, el marido golpeador, etcétera.
Y
por supuesto, claro que existen algunos casos de maridos golpeadores; pero eso
es precisamente también incentivado por el Estado, a través del alcoholismo y
las drogas, y también a través de sus políticas intervencionistas en la
economía, con sus políticas sociales (además de la propia guerra de sexos,
promocionada por el Estado). Toda “ayuda social” por parte del Estado,
significa que el Estado te está diciendo que, al ser pobre, vives de arriba
recibiendo subsidios, no trabajas y tienes tiempo para ir a emborracharte y
consumir drogas; así se te atrofian neuronas y después te vuelves violento y le
golpeas a tu mujer. El Estado le encanta que eso suceda, porque así puede hacer
más propaganda sobre su estereotipo falso del “varón violento y golpeador de
mujeres inocentes”; puesto que más allá de que la mayoría de los varones somos
mansos y amables con las mujeres, basta que haya unos pocos violentos, para que
el Estado—vía el feminismo—etiquete a todos los varones como unos malditos
golpeadores. Si habrán notado, es exactamente la misma clase de propaganda que
sucede cuando se insultan a los conservadores, tercerposicionistas, “nazis”,
“odiadores”, etcétera: que las feministas profanen iglesias, es “libertad de
expresión”; que antifas ataquen propiedad privada como comercios es “libertad
de expresión”; pero que un “nazi” diga la verdad, es “delito de odio”.
Así
pues, de esa forma, ya sea permitiendo y promocionando el divorcio o
promocionando las causales que llevan al divorcio, es que el Estado nos quiere
a todos divorciados y con la familia bien destruida. Pues si la familia es la
base de la sociedad, y el matrimonio es la base de la familia, y el matrimonio
sirve para la reproducción y para la educación de los hijos, y el Estado ataca
todo ello, en sus distintos niveles; así es como el Estado se asegura e
incrementa cada vez más y más su poder. Porque si una familia es destruida por
el divorcio, eso es motivo de gozo y júbilo para el dios-Estado; cuántas más familias
sean arrasadas por el flagelo del divorcio, cuando más mujeres se vuelvan
feministas odiosas y estafadoras de varones, cuantos más hijos sean separados
de sus padres (para que los secuestre la escuela, ¡recuérdalo!), cuántos más
personas así se vuelquen al adulterio, al alcohol y a las drogas (porque se
deprimen porque ellos mismos se divorciaron o porque sus padres se
divorciaron), o directamente, cuánto más el instituto del matrimonio canónico
católico sea denigrado, denostado y atacado (e incluso el propio matrimonio
natural o común), y así más gente ya ni siquiera se tome la molestia de casarse
(o sea que en la mayoría de los casos, se entregan a la fornicación y “uniones
libres”); ¡tanto mejor será para el dios-Estado!
Así
si usted lector, se divorcia, ya sabe; le está dando poder al Estado. Si usted
es mujer y no quiere obedecer a un marido, quien la amará, protegerá y cuidará;
sepa pues que le está dando más poder a ese monstruo que se cree un dios, que
es el Estado; tú mujer, creerás que te estás “liberando”, pero en realidad te
están esclavizando como nunca antes en la historia.
Y
los hijos de padres divorciados, más allá de las mentiras que digan los
“expertos” chantas de siempre, quedarán marcados de por vida, como “hijos de
padres divorciados”. Si son niños pequeños, sufrirán más; pero incluso si son
ya adultos, también la pasarán muy mal. La verdad profunda de todos los hijos
(o casi todos), es que siempre desean que sus padres permanezcan juntos, pase
lo que pase; incluso preferirían que uno o ambos de sus padres muriesen, antes
que verlos divorciados. Por supuesto, yo mismo prefiero un millón de veces que
uno de mis padres se muera, antes de verlos divorciados; y yo mismo, jamás de
los jamases me divorciaré, y si mi mujer quisiera divorciarse yo no se lo
permitiría bajo ningún concepto y jamás reconocería el “fallo” de ningún juez.
Pero claro, eso no me pasará, porque antes de casarme, mi mujer sabrá muy bien
que conmigo es hasta la muerte; porque ¡la palabra empeñada es para ser cumplida!
Una
persona que se divorcia, no tiene palabra; una persona sin palabra, no tiene
honor. Y sin honor, no tienes nada. Cuando una persona pierde su propio honor,
su propia honra, todo se desvanece; su alma ha quedado vaciada; en realidad,
significa que ha vendido su alma al diablo, puesto que recordemos que el
juramento del matrimonio canónico católico es ante Dios Todopoderoso, el
Creador. Así que divorciarse es burlarse de Dios mismo en su cara; y ¡sabed que
nadie que se burla de Dios queda impune! Por ende, todo aquel que se divorcia,
para la teología católica, queda excomulgado y su alma va rumbo al fuego del
infierno.
En
definitiva, ese es el objetivo del Estado: destruir la familia, para destruir
así al individuo, y quitarle su libertad, ¡su alma! Así podemos concluir en
esta sección, que el Estado es un enviado del diablo.
Solución: cómo asegurar un
matrimonio permanente y mayormente feliz.
Hemos
visto entonces que, en Occidente, el divorcio es bastante diferente del
divorcio por ejemplo de los musulmanes, puesto que ya de entrada, el planteo
del matrimonio es diferente: mientras que para los mahometanos es un simple
contrato que puede ser revocado; para nosotros los occidentales cristianos, es
un sacramento irrevocable de por vida (se termina con la muerte de uno de los
cónyuges). También vimos que el divorcio occidental proviene desde el
“matrimonio” civil y es un divorcio que se plantea desde el punto de vista
feminista, para que, con el feminismo, el Estado pueda ampliar su poder sobre varones
y mujeres; mientras que el divorcio en el islam, se da porque es generalmente
el marido quien rechaza a su mujer.
Notamos
así que, en Occidente, el divorcio es particularmente perjudicial para el
varón; y por supuesto, el divorcio incentiva el adulterio, ya que una persona
divorciada puede “casarse de nuevo”, lo cual es una aberración. De hecho, un
divorciado que se casa de nuevo podría decirse que es todo lo contrario a un
viudo que se casa de nuevo. Las mujeres viudas son honorables, los varones viudos
son honorables, y por supuesto que—si lo desean y más si son jóvenes—tienen
todo el derecho a casarse de nuevo; pero las mujeres divorciadas y los varones
divorciados, son todo lo contrario a alguien honorable; son gente sin palabra,
y por ende, sin honor.
Pero,
¿cómo solucionar todo esto? ¿Cómo asegurar un matrimonio permanente y
mayormente feliz? (y con mayormente feliz, me refiero al estado basal que
expliqué precedentemente; ya que obviamente la vida no es todo fiesta, júbilo y
risas).
La
respuesta es que antes de tomar una decisión que nos va a afectar para toda la
vida, ciertamente primero hay que pensarlo muy bien. Uno no puede tomar una
decisión a la ligera, y casarse con cualquier persona que se le cruce por el
camino.
Como
soy tradicionalista, yo soy de la idea de que la mayoría de los matrimonios,
preferentemente deben ser arreglados por los padres de los cónyuges, entre
familias que son amigas entre sí. Sin embargo, en virtud de las circunstancias
actuales eso se ha vuelto muy difícil hoy en día, por el motivo de que
sencillamente no sólo es que los padres actuales no se preocupan por
procurarles pareja a sus hijos, sino que han llegado al punto de que detestan
la tan sola idea de hacerlo. Así mis padres, por ejemplo, nunca me quisieron arreglar
matrimonio, por lo cual, yo todavía estoy buscando la pareja más idónea para
casarme; cosa difícil en estos tiempos porque la mayoría de las mujeres se han
vuelto odiosas feministas o ya “tienen novio” (lo que significa amante de
fornicación, es decir, que no son vírgenes, sino usadas por otros).
Pero
el asunto de conseguir pareja específicamente, no voy a profundizarlo aquí, ya
que es un asunto muy complicado y que la verdad que yo mismo no lo tengo muy en
claro todavía. Si mis padres no me quieren buscar novia, ¿cómo puedo hacer yo
para conseguir una buena novia que sea adecuada para mí? Bajo este contexto
difícil de un Occidente podrido y degenerado, la verdad es que se me hace muy complicado
encontrar una mujer que me guste y que, a su vez, yo le guste a ella.
Así
que ahora vamos plantear el caso, de una pareja que ya está casada en legítimo
matrimonio: ¿qué debe hacer para asegurar ese matrimonio en buenos términos?
Lo
primero es que cuando ambos son novios (y “novio” en lenguaje católico,
significa amigos románticos, no personas que fornican ni mucho menos que “viven
juntas” en concubinato), deben dejar todo bien en claro cada uno de los
asuntos, para que después de casados no vengan las sorpresas desagradables. No
sólo deben conocerse bien los gustos y costumbres de cada uno, sino que deben
especificar claramente los términos del futuro matrimonio; esto es, a qué
tareas se dedicará cada uno. Para una familia católica tradicional, ciertamente
los varones deben encargarse de mantener a su mujer e hijos, proveyendo de los
recursos económicos necesarios, mientras que las mujeres deben encargarse de
las tareas domésticas, principalmente cocinar y lavar; y entre ambos padres,
deben encargarse de cuidar, criar y también dirigir la educación de sus hijos.
La educación de los niños como siempre expreso, debe iniciar por casa, y lo
mejor es el homeschooling (educación domiciliaria), ya sea por medio de
preceptor o que los mismos padres, enseñen todas las cosas a sus propios hijos
(el Estado no debería secuestrar a los niños para adoctrinarlos en su basura
ideológica). Por supuesto, esto que yo describo son los términos del matrimonio
para los católicos en general; pero los que sean paganos tradicionales o de
otras religiones, deberá cada pareja acordar sus propios términos antes de
casarse. Lo más importante es que las cosas básicas y fundamentales estén muy
claras antes del matrimonio; eso evitará que después surjan problemas
innecesarios.
Lo
segundo, es tener en cuenta algo muy básico y relevante: más allá de que antes
de la boda se hayan planificado todos los detalles, como los términos, las
dotes, dónde van a vivir, en qué van a trabajar, cómo van a cuidar a los niños,
etcétera; se debe tener en cuenta de que siempre surgirán imprevistos y dentro
de esos imprevistos, siempre surgirán dificultades. Éstas pueden ser externas o
internas con respecto a la familia y a la pareja. Si son externas, ambos
cónyuges siempre se deberán reunir para pensar muy bien en conjunto, como
resolver todas las situaciones complicadas y al final, el marido cargará sobre
sus hombros, tomar la decisión que estime oportuna; y en cuanto a las
dificultades internas, éstas se tratan de las divergencias que tendrán entre
ambos integrantes de la pareja matrimonial. Por más que ambos cónyuges sean muy
unidos e incluso muy parecidos entre sí de pensamientos (obviamente que uno
tiene que casarse con una persona que piense más o menos igual; eso es lógica
pura), tarde o temprano surgirán divergencias y hay que saberlas tratar con diplomacia
y con la mayor calma posible. Ciertamente, habrá algún momento en que uno de
los dos o ambos se enojen y se peleen (verbalmente, no físicamente; por favor,
¡seamos personas civilizadas!); así que las personas tienen que ser tolerantes
entre sí y tener mucha paciencia el uno con el otro, y no estar siempre
procurando enfrentamientos innecesarios.
Lo
tercero es procurar siempre ser sinceramente condescendiente con la pareja (no
condescendiente en su segunda acepción, es decir, no burlándose), es decir,
procurar complacer, dar gusto y acomodarse a la voluntad del otro. Ciertamente
que, en el matrimonio católico, la mujer debe obedecer a su marido; pero eso no
significa que las órdenes del marido tengan por qué ser órdenes molestas,
agresivas o que busquen fastidiar a su mujer, sino que, en realidad, al
contrario. Además, cuando en el catolicismo se refiere a que el marido es quien
debe mandar, eso no significa, por ejemplo, tener a la mujer de sirvienta para
que le alcance las cosas en las manos (ni viceversa tampoco, obviamente); sino
que lo mejor es que cada uno se alcance sus propias cosas y haga la mayor parte
de las cosas por sí mismo. Importunar al otro, con órdenes o con pedidos
innecesarios, no son actitudes positivas para la buena armonía familiar. De
hecho, lo mismo sirve para los hijos: está bien que los padres les encomienden
tareas a sus hijos, pero no tampoco al punto de tenerlos como si fueran sus
sirvientes. Yo mismo, si fuera marido no le estaría a cada rato ordenando a mi
esposa que me alcanzara un vaso con agua, por ejemplo. Eso me parece una pereza
y una tontería; voy y me lo sirvo yo mismo. Lo mismo con un hijo: que los
padres no importunen a sus hijos dándoles demasiadas órdenes (me refiero a
órdenes sin sentido), ni tampoco que los hijos importunen a sus padres
pidiéndoles que les alcancen todo en las manos. Pienso que lo mejor siempre es
el individualismo (que, por culpa de este socialismo mugroso, se lo
malinterpreta como si fuese “egoísmo”): que cada uno procure hacer sus propias
cosas y sea lo más autosuficiente posible. Así, todas las personas son tratadas
siempre con el mayor de los respetos, y las disputas familiares son evitadas al
máximo. Sucede que cuando las personas comienzan a importunar al otro con
demasiadas órdenes, pedidos y en definitiva, intromisiones en su espacio
personal, lo terminan irritando; y ahí está el origen de la mayoría de las
desarmonías familiares.
Es
decir, que en definitiva hay que planificar un buen matrimonio antes de casarse
y luego de casarse hay que tener mucha tolerancia, diplomacia, condescendencia
sincera y/o autosuficiencia individualista de respeto interpersonal.
La realidad, es
que la mayoría de los matrimonios católicos (y no católicos, pero tradicionales
o normales) en gran parte de la historia de la humanidad (antes del
advenimiento de este Estado progre moderno), era exitosos porque seguían estas
recomendaciones básicas y lógicas: las parejas sencillamente se toleraban más
el uno con el otro, y si surgían diferencias, las procuraban resolver a través
del diálogo, la compasión, el respeto, el cariño y en definitiva, el amor de
convivencia conyugal, el cual lejos de disminuir con el transcurso de los años,
se iba incrementando.
Las falsas parejas
que se forman actualmente, bajo el imperio del divorcio y del feminismo, son
parejas que me parece que meramente se basan en pasiones pasajeras, las cuales
primero: fornican antes de casarse (algo que es pésimo para el futuro de la
pareja) y luego para peor se van a vivir juntos sin estar casados (algo nefasto
para el futuro matrimonio); y entonces así, basan su presunto enamoramiento en
pasiones pasajeras, y entiendo que en muchos casos, mayormente de índole sexual
lujuriosa y no de amor conyugal auténtico. Por eso, pierden el tiempo
fornicando en lugar de ocuparse primero en conocerse bien las características
personales de cada uno, y luego una vez que ambos descubran que son
compatibles, se deberían ocupar de tratar en sus máximos detalles posibles
sobre los términos de la unión conyugal. Y luego, por supuesto, después de
casados, mucho respeto y compresión mutua, mucha paciencia, mucha calma, mucha
tranquilidad, y ahí, el verdadero amor conyugal—uno que al principio del
enamoramiento ni siquiera se encuentra presente—irá floreciendo, y luego, con
el transcurrir de los años sólo se irá fortaleciendo; y eso, pese a todas las
diferencias o peleas que puedan surgir (que surgirán por supuesto, porque nadie
es perfecto, y todos tenemos una paciencia limitada; porque no somos perfectos
como Cristo Nuestro Señor), las mismas serán siempre superadas, y el amor
romántico de pareja sólo se incrementará y vivirán así entonces, basalmente
felices el resto de sus vidas.
Pero sucede que
las personas actuales con sus cerebros atrofiados bajo el influjo progresista,
parecen no ser capaces de comprender estos consejos tan sencillos. Eso les
sucede porque el Estado los adoctrinó en su falsa doctrina; es decir, que
sustituyeron su religión cristiana (con sus principios cristianos), con todas
las mentiras del Estado progresista. Y éste, por ejemplo, ¿qué es lo que le
enseña a la mujer? Le dice basuras como “tú no tenés por qué soportar ningún atropello
de tu marido; ante el primer error, separate y/o denuncialo por violencia
doméstica”. Esas son las enseñanzas del Estado: pone un cónyuge contra el otro,
pone los hijos contra los padres y viceversa; el Estado hace de todo por
separar a la familia.
Pero si nosotros
hacemos lo contrario a lo que nos quiere imponer el Estado, si nosotros
procuramos una pareja seriamente, para una relación seria y de por vida, y nos
casamos, y procuramos siempre la estabilidad y armonía familiar, ¡entonces
estamos dándole un golpe duro en la cara al dios-Estado! Porque él es el
contrario a Cristo; ¿y qué comunión puede haber entre Cristo y Belial? El
Estado es la bestia; el Estado odia la unidad y armonía familiar: el Estado
odia a la familia.
Pero
Cristo y su esposa la Iglesia, aman a la familia, y desean que nosotros los
seres humanos seamos buenos y nos amemos los unos a los otros, en diversos
lazos de amor (en sus distintos tipos) y de hermandad entre los hombres. Dios
instituyó la familia, como organización natural, y por ende, debemos honrar al
matrimonio, y cuando cada uno de nosotros, tome la decisión de casarnos (quien
quiera casarse, evidentemente), debe dar su palabra de honor, que cumplirá con
sus votos, y principalmente que nunca se separará de la persona con quien se
casó, suceda lo que suceda. Y simplemente, si las personas siguen estos
consejos cristianos básicos, tendrán un matrimonio mayormente feliz (basalmente
feliz) y armonioso, más allá de todas las mentiras que expresen los “expertos”
del Estado para envenenar a la sociedad, destruyendo su base, que es la
familia, y la base de ésta que es el matrimonio, y la base de este último que
es a su vez, el individuo. Al final, ese individuo libre—hijo de Dios—es a
quien la Bestia, es decir, el Estado, querrá atacar, esclavizar y devorar.
¡Resguardaos
pues del mal y enfrentad a la bestia! Qué el Señor Cristo bendiga a todas las
familias y matrimonios que lo siguen. Digámosle categóricamente “¡no al
divorcio!” Y sí, al matrimonio, y sí a la familia, y sí al amor verdadero entre
los seres humanos.
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